Todo era sórdido y emblemáticamente bello,
concreto y genérico,
algebraico y semántico,
pomposo y sencillo,
alegre y apesudumbrado,
inherente y excluyente,
apresado y libremente liberado,
tan candoroso como escabroso,
un blanco y negro de cine mudo, pero sibilante en sus sonoridades,
casi siempre salía regular y, en otras ocasiones, llovía
con la complacencia del arcoiris,
luministico y trémulo y oscuro,
como el cénit y un despertar asombroso, lleno de rocío,
algo tímido y a la vez espabilado y perspicaz paisaje.
Lenguaraz y ansioso en el destino del determinismo,
ideas vanas y complejas,
en su sintáxis y morfología,
transformandose en acciones colectivas reivindicativas.
La vida.
Sí. La vida.
En su amplia cosmovisión,
desde se conforma el espectáculo del triunfo y la farsa,
meciéndose en la incertidumbre y en la certeza aproximativa.
Luna y Sol.
Flauta y tambor.
Monteverdi y Wagner.
La ópera y la zarzuela,
acompañados de un barroco inspirador
cara al realismo que venció al romanticismo de Becquer,
inolvidable en sus Rimas y Leyendas.
Una pluma y un tintero.
Un cuaderno y un ordenador.
La cara oculta y la obviedad de lo ineludible.
El oso y el madroño.
Una tarde inspiradora
y otra renqueante al fluir de las gotas de agua clara.
La esperanza y la lucha.
La espada y un escudo logístico.
Un niño en el colegio y el anciano jugando al dominó.
El otoño y la verde primavera,
un sudokus y el crucigrama significativo.
El arquetipo y el insconsciente colectivo.
Llamar y no haber nadie al otro lado del hilo
y reencontrarte con otro amigo, al cabo de un tiempo.
Afrodita y Minerva junto
a Atenea.
Un buen cuento con su leyenda
y el materialismo científico del Psicoanálisis.
Dualidad de contrarios
y los opuestos que se atraen.
Mi feliz tarde escribiendo
y una visita al médico preocupante.
Felicidad en la rutina,
escapismo en la piscina.
Sororidad y algarabía.
La vida.
Sí. La vida.