Solo tú,
solamente eres tú,
siempre, en solitud,
en soledad,
veleidad,
que flota en el aire, a mi pesar.
Senectud, ¿qué serás?
Juventud, ¿cuándo seguirás?
Infantecencia, no podrás esquilmar viejos recuerdos.
Acuerdos de procacidad, de suerte merecida que todavía está.
Me lleváis, ondas del mar, a un lugar desconocido,
porque en verdad, me dirás, Fénix de mi vida, mi gran Hipatia,
mis heroínas, mi longevidad que auna con el verdor de mi campo
en aquella meseta de parque con bancos donde leyendo va mi hada…
La nada,
una encrucijada,
ni aun así, con toda la magnificencia de la franqueza,
me faltan hilos con que tirar de la madeja.
Mundo aparte, baluarte, guerra fría de invierno pasajero,
que dura una caída de hojas del arbol de la vida,
dádiva dame pan y conocimiento.
Lamento, es ya muy tarde para llorar a estas alturas.
Sonreiré a Némesis mientras me pesa,
a Anubis sosteniendo mi corazón,
y el perdón, que no se me olvide,
junto con el tosco amor,
del que pretendo aspirar a proyectar
en cada rincón lúgubre de mi neurona axiada.
Asfixiada, por el humo,
exhumo vitalidad,
por lo que creo respirar aun con el daño que me producen las imágenes
de los deseos incumplidos,
también, de todos mis actos fallidos.
En el nido estoy y me pienso quedar.
Hasta una nueva eternidad.
La suerte no se fabrica, aporía de mis momentos.