Maledicentes

Digo adiós a mis alicaídos sentidos de la prudencia

y perpetro una entrada directa y de cabeza hacia la portería propia

sin percatarme de que un error lo tiene cualquiera,

si no fuera porque entre las gradas se encuentran mis padres, hermanos y primos, aparte del entrenador del juvenil del pueblo capital de comarca en liga regional siempre en trámite de posible ascenso para el equipo. Si falla ese plan, cuento con otro B y es que el entrenador del equipo de seniors me deje entrenar los fines de semana cuando no haya nadie en la pista, después de los partidos oficiales. Ah, también me ha dicho el nutricionista de mi mamá que he de perder veinte kilos y que me ponga las pilas este año. A partir de la cuesta de enero del siguiente, siempre estaré mejor motivado. El chocolate es una delicatessen demasiado europeísta para mí, dice mi hermana mayor en un descanso del entreno, desde los vestuarios donde limpio como cada semana las duchas y las salas, etc. Pagan lo suficiente como para poder ahorrar y tener aspiraciones el año que viene de abonar la cuota del club senior estudiantil si se tercia, tras, me han dicho, estar a bien de pasar unas pruebas de iniciación, espero igualmente no sean rituales que todos imaginamos puedan sucederle a uno gordito y con asma.

Estoy en un Scool de Ohayo, llamado Best High Premium Center con su página de facebook y todo.

A mi padre le ascendieron en la empresa multinacional y aquí nos vinimos a probar fortuna toda la familia incluyendo a la secundaria y a la familia política.

Mi caballo se llama Toni; mi único amigo, el hijo del Sr. Dalton, el oficinista contable de la empresa, insiste en que le ponga un nombre más anglosajón por si las moscas y me cogen en los entrenos del equipo triunfador.

Si no puedo con el futbol americano probaré con el beisbol, es menos combativo.

De momento, las chicas se me acercan solo para que les deje montar a Tom en el rancho, a las afueras de Columbus, se dice que la ciudad más poblada de Ohayo.

El otro día, sin ir más lejos, mi único amigo, Tracy, me enseñó su pistola, mejor dicho, es una recortada, una 9mm, una de las mejores pistolas de su calibre. Cuál fue mi sorpresa, al descubrir un regalo suyo hacia mi humilde persona, otra igual, jeje. No me lo podía creer.

¿Sabes? Vamos al campo de tiro todas las tardes a practicar.

El sabe mucho de estas cosas y nos divertimos, aunque solo tengamos catorce años y su padre nos anime a disparar bajo su supervisión. Es del Rifle y le tratan muy bien.

Tracy me contó el otro día su secreto mejor guardado, eso sí, tras la hamburguesa doble con mostaza y carne de buey: la matanza será pronto. Pero no se lo vamos a decir a nadie pues estas cosas se hacen mejor en caliente, según me dijo.

Por fin le podré dar su merecido a la Dorocy Flanagan y al guarro de su novio, John Sangelo, el italiano ese que se les trae a todas de calle y que me dejó la cara marcada en los vestuarios junto a su grupo de amigos.

Tiempo al tiempo. Ya falta poco.

Abuela, yo tengo dudas, no soy malo. Sé, por lo que me cuentas, que en la residencia del pueblo estás bien atendida pero siento mucho que papá y mamá no hayan querido traerte consigo.

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Esta mañana he ido a la comisaría del condado a contarles mis planes al sherif y me han regalado un balón de reglamento del bueno, jajaja.

Registraron la casa de Tracy y encontraron dibujos sospechosos y un plano enorme del colegio a escala. A mi me visita un psicólogo aunque me traten de héroe por aquí, cosa que no me había sucedido nunca antes y ahora incluso me dejan entrenar con los seniors. Estoy adelgazando paulatinamente y me he teñido el pelo de rubio a lo mechas californianas.

Adios yaya, espero que no te haya afectado demasiado el contenido de esta carta.

Te quiero. Y mucho. Cuídate y sal todos los días de la habitación. Según me contaste los paseos te sientan muy bien. Es una buena residencia.

Chao, guapa.

Tu nieto Carlitos. Psss, pero aquí me llaman Charles.